unque no fui criada en un hogar Cristiano, sí conocía de Jesucristo. Llegué a conocer de Él cuando asistía a la iglesia dominical los domingos.
A la edad de 15 años quedé embarazada y por lo tanto me casé. Tuve un varón ese año, y a la edad de 19 años tuve una niña. Mi matrimonio no era muy estable, así que nos separábamos de vez en cuando. No aguanté más y opté por el divorcio. Después de mi divorcio, continuaba buscando una relación que me proveyera seguridad y felicidad. Traté drogas, alcohol, sexo, diferentes relaciones para llenar el vacío que existía en mi corazón. Estaba sola y aterrorizada. A la edad de 37 años, después de otro fracaso matrimonial, me quedé sola y asustada. No tenía a nadie con quien relacionarme. Estaba deprimida y confusa en cuanto a mi vida. No tenía ninguna idea hacia dónde mi vida se dirigía.
El pecado (desobedecer las leyes de Dios) no era un concepto nuevo para mí. Había escuchado la palabra desde que tenía uso de razón, pero nunca infundió miedo en mi corazón. Aunque mi vida estaba totalmente destrozada, continuaba aún buscando algo significante que le diera valor a mi vida. Comprendía que la vida consistía de algo mucho más de lo que estaba viviendo. Sentía un tremendo vacío en mi ser. Reconocía que el tipo de vida que estaba viviendo no era correcto ante Dios y estaba condenada ante un justo Dios. El problema era que no sabía hacia dónde dirigirme. Me mudé con mi hermano y su esposa hasta que me volviera a enderezar. Para este entonces tenía una amiga que comprendía cómo me sentía, pero más importante, reconocía que necesitaba el Señor en mi vida. Ella me habló del Señor y mi necesidad de salvación. Ella me regaló un libro titulado “La Fuente de mi Fuerza”, el cual era un libro sobre cómo Cristo cambia nuestras vidas.
El libro estaba repleto de versículos de la Palabra de Dios. Por primera vez comprendí lo que Dios decía respecto a mi vida, ¡que era una pecadora! Fueron mis pecados los cuales crucificaron a Jesucristo. Comprendí que aunque Dios sabía todo de mi vida, aún me amaba. Él murió por mí, y pagó por mis pecados en la cruz.
Reconocí que si lo aceptaba, tenía que dejar y abandonar mis pecados. Estaba muy dispuesta a hacerlo. Estaba hastiada de mi vida. Había hecho un lío de mi vida. Necesitaba a Cristo en mi vida. Llegue a la conclusión que solo Cristo podía cambiar mi vida.
Una noche en diciembre del 1994 me arrepentí de mis pecados, le pedí al Señor que me salvara y que se hiciera dueño de mi vida. Yo no había podido dirigir mi vida así que se la entregué al Señor. No me confiaba a mí misma para dirigir mi propia vida. El Señor era el único que podía enderezar mi vida.
Mi vida comenzó a cambiar esa noche. Por primera vez sentí paz en mi corazón. Busqué un trabajo, me mudé a un apartamento, pero aún faltaba algo. Sentí el deseo de congregarme con personas que conocían al Señor como yo lo había conocido. Tenía el deseo de ir a la iglesia pero quería ir a la iglesia correcta. Reconocía que muchas iglesias no predicaban la Palabra de Dios. Le pedí a Dios que me dirigiera a Su iglesia en donde podía servirle y crecer en la fe. Él me dirigió a la Iglesia Bautista del Condado de Lehigh en Pennsylvania. (Lehigh Valley Baptist Church)
A la edad de 15 años quedé embarazada y por lo tanto me casé. Tuve un varón ese año, y a la edad de 19 años tuve una niña. Mi matrimonio no era muy estable, así que nos separábamos de vez en cuando. No aguanté más y opté por el divorcio. Después de mi divorcio, continuaba buscando una relación que me proveyera seguridad y felicidad. Traté drogas, alcohol, sexo, diferentes relaciones para llenar el vacío que existía en mi corazón. Estaba sola y aterrorizada. A la edad de 37 años, después de otro fracaso matrimonial, me quedé sola y asustada. No tenía a nadie con quien relacionarme. Estaba deprimida y confusa en cuanto a mi vida. No tenía ninguna idea hacia dónde mi vida se dirigía.
El pecado (desobedecer las leyes de Dios) no era un concepto nuevo para mí. Había escuchado la palabra desde que tenía uso de razón, pero nunca infundió miedo en mi corazón. Aunque mi vida estaba totalmente destrozada, continuaba aún buscando algo significante que le diera valor a mi vida. Comprendía que la vida consistía de algo mucho más de lo que estaba viviendo. Sentía un tremendo vacío en mi ser. Reconocía que el tipo de vida que estaba viviendo no era correcto ante Dios y estaba condenada ante un justo Dios. El problema era que no sabía hacia dónde dirigirme. Me mudé con mi hermano y su esposa hasta que me volviera a enderezar. Para este entonces tenía una amiga que comprendía cómo me sentía, pero más importante, reconocía que necesitaba el Señor en mi vida. Ella me habló del Señor y mi necesidad de salvación. Ella me regaló un libro titulado “La Fuente de mi Fuerza”, el cual era un libro sobre cómo Cristo cambia nuestras vidas.
El libro estaba repleto de versículos de la Palabra de Dios. Por primera vez comprendí lo que Dios decía respecto a mi vida, ¡que era una pecadora! Fueron mis pecados los cuales crucificaron a Jesucristo. Comprendí que aunque Dios sabía todo de mi vida, aún me amaba. Él murió por mí, y pagó por mis pecados en la cruz.
Reconocí que si lo aceptaba, tenía que dejar y abandonar mis pecados. Estaba muy dispuesta a hacerlo. Estaba hastiada de mi vida. Había hecho un lío de mi vida. Necesitaba a Cristo en mi vida. Llegue a la conclusión que solo Cristo podía cambiar mi vida.
Una noche en diciembre del 1994 me arrepentí de mis pecados, le pedí al Señor que me salvara y que se hiciera dueño de mi vida. Yo no había podido dirigir mi vida así que se la entregué al Señor. No me confiaba a mí misma para dirigir mi propia vida. El Señor era el único que podía enderezar mi vida.
Mi vida comenzó a cambiar esa noche. Por primera vez sentí paz en mi corazón. Busqué un trabajo, me mudé a un apartamento, pero aún faltaba algo. Sentí el deseo de congregarme con personas que conocían al Señor como yo lo había conocido. Tenía el deseo de ir a la iglesia pero quería ir a la iglesia correcta. Reconocía que muchas iglesias no predicaban la Palabra de Dios. Le pedí a Dios que me dirigiera a Su iglesia en donde podía servirle y crecer en la fe. Él me dirigió a la Iglesia Bautista del Condado de Lehigh en Pennsylvania. (Lehigh Valley Baptist Church)